Y tras perder activos por el camino, como Evo, filial creada de la nada hace 18 meses, pequeña pero molesta para los grandes al robarles unos cuantos clientes. También se vende. La operación NCG es el fin del viaje a ninguna parte en que se embarcó el FROB (el dueño, que es el Estado) al decidir que el banco tenía fecha de caducidad: optó por una venta apresurada en otoño, sin esperar a que escampe, aunque se lo permitía Bruselas.
Argumentos tendrá, pero ese de «evitar su deterioro» se digiere mal. Lo de NCG no debe pasar de puntillas. No es solo una marca. Es preservar, o no, un pequeño, un mínimo, peso en un España financiera madrileñizada y cuasimonopolizada, al gusto de unos pocos.Rubén Santamaria
Publicado en : La Voz de Galicia

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